por Daniel Plankos,

Todos estaremos de acuerdo en que cualquier avance tecnológico revolucionario va acompañado de grandes cambios sociales, económicos y políticos. La revolución digital no iba a ser menos.

En apenas una generación, nuestro modo de vida ha cambiado drásticamente. Hemos pasado de tener una vida sencilla, con unas opciones de consumo limitadas, a vivir en un entorno de posibilidades infinitas. ¿Quién nos iba a decir hace 30 años que íbamos a poder organizar las vacaciones de nuestra vida en la otra punta del mundo desde el sofá de nuestra casa con un par de clicks? Este gran avance ha inundado y moldeado todos los aspectos de nuestra vida: nuestra toma de decisiones, nuestros estudios y hasta la forma de relacionarnos. Como es evidente, el marketing no se iba a quedar fuera.

Pasado y futuro

De hecho, es responsabilidad del buen marketer ir a la vanguardia de esta revolución y utilizarla para explotar oportunidades. Sin embargo, la revolución digital ha alcanzado tal velocidad que, lo que ayer se consideraba futuro, hoy se considera pasado.

Independientemente del profesor e incluso de la asignatura, todas las clases reservan un rincón para hablar de la transformación que ha sufrido el marketing en los últimos años. Pero, al tiempo que muchas empresas farmacéuticas y farmacias todavía no han hecho los deberes y aplicado estos cambios, los profesores más atrevidos, aquellos que nos hablan del futuro y de las próximas tendencias, ya nos avanzan cómo la tecnología más disruptiva va a cambiar el presente inexorablemente.

Es decir, nos encontramos en un escenario en el que el presente todavía no ha tenido tiempo de asentarse y el futuro ya está metiendo prisa para entrar en juego. Un presente en el que pasado y futuro se difuminan. Supongo que como la vida misma.

Dos caras de una misma moneda

La revolución digital ha traído muchísimas cosas maravillosas. Pero si algo tiene el futuro, es que a menudo no es compatible con el pasado. Las cosas que ayer eran inimaginables hoy son inevitables: la oportunidad convertida en obligación. Dos caras de una misma moneda.

Parece de sentido común pensar que el desarrollo tecnológico tiene la función de facilitar nuestras vidas. Sin embargo, nos encontramos que es lo contrario, que nos la ha complicado. La gente está más estresada, estimulada y saturada que nunca. Hasta el punto de que no sabemos gestionar tanto desarrollo y vamos a la deriva en un mar de innovaciones. Y encima, como mecanismo de defensa, nos hemos vuelto más individualistas e inmunes a los estímulos externos. En mi opinión, perdiendo incluso parte de nuestros valores en el camino… pero este debate, lo dejo para otro día.

Solución: Customer-centricity

Por ello, apelo a nuestra responsabilidad para con nuestros clientes y consumidores: pongamos a nuestro cliente en el centro y practiquemos la empatía como modelo de negocio o, como nos gusta decir en Marketing, customer-centricity para conseguir customer engagement.

De esta manera, quizás hagamos de la revolución digital una travesía más satisfactoria, a la vez que conseguimos una mejor cuota de mercado. Porque, al final, no nos engañemos, estamos aquí para hacer business.

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